Comíamos juntos y nos sentábamos en sus balcones,
eran tan altos que podía ver pequeñitos los seres que caminaban por la calle,
y con mis dedos les tomaba por sus cabecitas,
para llevarlos a los arboles y escucharlos gritar para que los bajaran.
Después me cansaba y echaba a llorar,
haciendo que los ríos se volvieran demonios de agua,
donde terminaban devorados los pueblitos aferrados a las cordilleras,
con gritos de familias enteras,
alimentaban el estomago de estas fieras hasta que sus cuerpos terminaban secos mas abajo en el delta.
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