martes, 23 de diciembre de 2014

Una deuda

El calor se espesaba en las calles como melaza en la lengua de un burro,
era un viernes y el billar maoliente del pueblo,
reburbujia en carcajadas y música estridente.
unos bailaban, otros tomaban y otros dedicados en concentración al pool.

Pero Marticio estaba quieto,
su cerveza ya mostraba ebullición por el calor,
su mano sudorosa y temblorosa antecedia a su corazón acallado por el dolor.

Ese dolor mortuorio que le crecía por la garganta,
con un vomito de lagartos que le rasgaban el pecho,
resonando callado y seco bajo su tórax,
ese dolor de traición.

En su mente la veía una y otra vez,
una y otra vez con sus sonoros quejidos,
con su pasión a rebosar, retozando con su amigo de toda la vida,
ese chicuelo de antaño con el que jugaban a los garbinches y  los carros de madera.

Allí la pudo ver, entre cortinas húmedas por el calor,
aquella noche que no debía estar,
donde su presencia no era extrañada,
en la casa con su mujer.

Esa mujer que en otrora le había dado hijos,
ahora en brazos de otro,
desnuda alimentada en placer por otro cuerpo,
que no era el suyo.

Otra vez el odio le recorría la cien.
otra vez su rencor emergía como un volcán,
como un lobo rasgándole las venas que ahora hierven en una noche sin luna.

Es una deuda con mi orgullo... pensó...
es una deuda con mi hombría mancillada
con mi juramento en esa maldita iglesia.
con el compromiso a ese cuerpo maldito ahora en manos de otro.
se dijo con fuerza y pidió la cuenta con frialdad.

Con machete en mano camino las calles polvorientas,
tristemente iluminadas por focos que hacían reventar los organos de insectos insolentes,
una espesa ola de calor seguia envolviéndolo como una cobija ardiente,
la quietud de la noche ya no le pareció extraña.

Por su mente solo veía a su mujer riendo,
cabalgando con las piernas abiertas,
abriéndose a su amigo del alma,
dejándose llenar por los deseos impuros y lujuriosos de otro hombre.

Abrió la puerta con una patada rápida y directa.
y allí les encontró dormidos entre sabanas,
les miro atento y apretó el machete,
con manos sudorosas que le hacían vacilar.

El silencio en una noche caliente a orillas de un rio lento y dormido.
se rompió.


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