jueves, 6 de noviembre de 2014

Cantalicio

Reconocería los pasos,
si los escuchará de nuevo,
sabría que era su sombra la que se abre camino por el sendero,
Con sus risas y palabras amables,
su barba gruesa y filosa,
su sombrero y su canciones hechas silbido.

Lo vería con su figura delgada pero endurecida,
su ojos profundos con la tierra dentro,
y una carcajada sonora que me recuerda lo vivaz que era,
pidiendo esas cebollitas que tanto odiaba,
escuchando sus canciones y viéndolo fumar espeso,
mientras se queda callado con la mirada en el horizonte,
en esas tierras altas de cultivos encumbrados, 
donde era un rey.

Me parece verlo y sentir su presencia,
allí donde siempre lo vi, 
mi abuelo llegaba y se iba sin parar,
era un espíritu andariego,
un caminante infatigable de historias y trabajo arduo,
que había hecho de sus manos rocas, fuertes y agrestes,
una piel ennegrecida por el sol,
y arrugas que le hacían respetar.

Ese era mi viejo... mi abuelo, 
de sonrisa amable, de voz de trueno,
que cuando enfurecía hacia temblar, 
pero casi siempre gracioso y pendenciero, 
me dejo marcados bellos recuerdos.
de la gente hermosa de mi tierra,
de mis orígenes agricultores,
de mi procedencia campesina.

Por Renzo Corredor

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