Y allí están mirando al infinito,
queriendo suicidarse desde mis balcones,
temerosas y ansiosas,
tomadas de las manos transparentes,
esperando a que el vacío se abra inmensa y las devore.
Allí se asoman como dos diminutas estrellas,
hasta que el temblor las hace caer,
reventando sus organos acuosos contra mis mejillas,
dejando que su sangre invisible se derrame y queme ante mi dolor.
Y allí están de nuevo,
resucitadas y de nuevo listas para morir,
deseando ser rios que abran un canal de desespero en mi rostro,
y se lleven este infierno en mi interior.
Por Renzo Corredor
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